Somos muchos los que sentimos una fuerte atracción por la cultura japonesa. Es cierto que en ocasiones hay algo de presunción en este interés que tienen muchas personas por las culturas exóticas, como si no tuviéramos suficiente con lo nuestro. Pero también es verdad que el interés por las culturas de otros países enriquece nuestra visión del mundo. En mi caso no llego a ser un otaku, pero me interesa Japón y su modo de vida.
Desde antes de conocer Japón en mi casa ya había cosas de ese país. Y aunque me gustaba el manga, el anime y demás, mi interés por ese país iba más allá de su cultura popular: sobre todo me gustaba su curiosa historia, un país aislado del mundo por su condición de isla, pero muy vinculado a la cultura china de la que recibió durante siglos gran influencia.
Al entrar en mi casa, ya llamaba la atención el estor japonés del salón. Muy aficionado a la arquitectura, también disfrutaba viendo las casas japonesas en las revistas o en documentales. Y cuando por fin pude ir de viaje a Japón me di cuenta que en las casas y la forma de vida en ellas sí había mucha diferencia. Allí no hay estores como los que yo tenía en mi casa, pero sí que se apreciaba un gran gusto por el uso de telas, papel y materiales suaves y ligeros.
En Japón ‘no gustan’ mucho las paredes de piedra o ladrillo. Disfrutan de los materiales cálidos como la madera, del contacto con la naturaleza con espacios que se abren al exterior para que la transición entre el fuera y el dentro sea más delicada. De ahí que el estor japonés esté de moda más allá de sus fronteras, una derivación de sus puertas correderas de papel y de su forma de separar los ambientes, con menos puertas compactas y menos paredes de piedra o ladrillo.
Cuando regresé de Japón, tuve una sensación agridulce porque sabía que pasaría mucho tiempo hasta que pudiera volver, pero siempre llevaré ese recuerdo conmigo: ahora mi casa es mucho más japonesa que antes… aunque no pueda tirar todas las paredes abajo.