Visitas familiares 

El otro día mi mujer me dijo que no conocía a nadie que tuviera tantos problemas para recibir a gente en casa. Es cierto, no me gusta que venga gente a casa. ¡Soy culpable! Tampoco es que sea una persona muy familiar, quiero a todo el mundo (más o menos) pero los quiero más fuera de mi casa. A pesar de todo, la vida social es como es y tengo que recibir de vez en cuando visitas. 

Aproximadamente una semana antes empiezo a sentir palpitaciones. Mientras planifico al milímetro el evento, me voy poniendo poco a poco más nervioso. Porque claro, no es lo mismo recibir a un hermano, que a una suegra que a un cuñado. Cada uno es de su madre y de su padre. Y si recibo a más de uno, ya entonces necesito un desfibrilador. 

El problema reside también en la comida. A ver si me explico. Principalmente los familiares van a de casa en casa para comer y beber. Lo primero que me dicen al llegar a casa de un familiar es si quiero algo de beber. Es una costumbre que no entiendo muy bien. Es como si me preguntan si tengo ganas de ir al baño. O sea, si tengo sed ya te pediré un vaso de agua, pero no me paso la vida sediento.

Pero supongo que cuando alguien llega a casa hay que ofrecer mucho de todo. Mi suegro es un gourmet. Si viene a casa, días antes me pongo a comprar jamón jabugo online. Sé que lo va a disfrutar de lo lindo. Le saco la bandeja, sus ojos chispean y luego dice: “bueno… voy a probarlo”. Hay que hacer feliz a la gente. 

Pero a mi cuñado lo que le van son las pizzas, las pizzas congeladas de marca blanca. Sale barato el hombre pero tengo que pensar en ello antes de que venga. Y luego está mi cuñada, doña intolerancias. Si viene ella tengo que ir a un súper ecológico y comprar todo tipo de potingues raros. Cuánto peor sepa, mejor para ella. Así que entre comprar jamón jabugo online, las pizzas congeladas y los productos biológicos, debo pasarme una semana diseñando el menú familiar con mucho mimo.